Retrasar lo inevitable o llegar tarde a las redes
Este artículo no trata sobre el eterno debate de si estar o no estar en las redes sociales, un tema superado para muchos profesionales pero aún pendiente para muchos otros más, aunque el título invite a pensar en esta dirección. Pero no, en este artículo quiero dar un paso más y plantearte ¿hasta cuando vas a esperar para estar en las redes de tu alumnado o de tus hijas y/o hijos?
Porque, no nos engañemos, si no están ya en redes [con o sin nuestro permiso] están deseando entrar, simplemente porque sus amigas y amigos están, porque sus artistas favoritos están y porque en los medios tradicionales no dejan de hablar de las redes, cada vez más de Twitter, de Instagram y de Pinterest, en particular.
Me animo a escribir sobre este tema a raíz de una conversación mantenida esta misma mañana con una amiga, conversación que en términos muy semejantes se ha repetido últimamente con otros conocidos y colegas. Le preguntaba a mi amiga por la cuenta de Twitter de su hija, y me decía que no la seguía porque a su hija [que tiene 15 años] le parece raro que su madre la siga. Mi amiga llegó tarde para formar parte de la red de su hija.
Y es que hay una edad en la que los menores no te perciben como un intruso, esa edad en la que aún no se ha consolidado el concepto de tribu, y en la que los padres, madres y docentes no son elementos extraños, invasores de su intimidad. Esto nos lo contaba mi gran amigo y maestro Fernando García Páez, en una magistral charla hace varios años, explicándonos como su alumnado de primaria, ya en el instituto, seguían teniendo a su querido profe entre sus contactos de Tuenti, y habían pasado de compartir cosas de niños a charlas de temas de adolescentes sin preocuparles la presencia de Fernando. Y este nos indicaba el importante papel que a modo de aviso de ‘alarma anti-robos’ ejercen los adultos en las redes de menores frente a posibles acosos de otros adultos.
Otro buen amigo me comentaba hace varios meses que su hijo pre-adolescente estaba empeñado en abrir cuenta en Twitter, simplemente para seguir a sus ídolos Youtubers, y que él y su pareja lo veían demasiado joven para estar ya en Twitter. Yo le contaba la experiencia de Fernando con los chavales de Niebla y le insistía en que ahora es un buen momento para acompañarles en ese proceso de creación de su identidad digital, y que entrados en la adolescencia es mucho más complicado hacerlo. Hoy creo que este amigo está contento con la decisión de dejar que su hijo abriera su cuenta contando con su supervisión, antes que dejar que la abriera a escondidas, generando un espacio de riesgo para el menor y un posible conflicto familiar a medio plazo, sin mencionar ese hecho de perder la oportunidad de ser parte de su red.
Y tú, ¿estás retrasando lo inevitable o ya has llegado tarde para acompañar a tus hij@s o alumnado en la red?
A ver, que las promesas hechas en Facebook se tienen que cumplir:
Yo creo que tienes mucha razón cuando dices que los chavales preadolescentes están más inclinados a dejarnos ser parte de sus redes sociales que los adolescentes. Lo veo en mi propio hijo, que me dijo hace poco que le tendría que pasar todos mis seguidores (je je) cuando se abriera su cuenta en Twitter (a lo que yo le contesté muy chuleta que para tener tantos seguidores como yo tendría que crear y difundir contenido. Me doy pena a veces, la verdad).
Pero ahora en serio: lo más importante de tu post no es la cuestión de cuándo dejar a los niños estar en las redes, sino el mensaje que nos das de que los padres tienen que ser guías de su hijos (o los profes de sus pupilos) en sus primeros pinitos en las redes. Y es ahí donde veo la dificultad. Si te digo la verdad, y mira que llevo años en “esto de la tecnología”, no sé muy bien qué consejos daría a los padres que no están tan metidos en redes como nosotros para que realmente puedan ser guías y no meros “observadores” del desarrollo de la identidad digital de sus hijos. Está claro que prohibir la entrada en redes provoca una atracción mayor hacia ellas. Está claro que cerrar los ojos no va a frenar la celeridad con la que está cambiando el mundo de las comunicaciones. Pero también está claro que los padres que no se sienten cómodos en las redes (ni tienen por qué sentirse) ven con inquietud la entrada de sus hijos en estas. Yo, por ejemplo, prefiero concentrarme ahora en enseñar a mi hijo a entender las diferentes esferas de la red, el funcionamiento de las búsquedas de Google, lo que pasa por detrás de Wikipedia, los modales en la comunicación digital, la conexión entre servicios (ayer mismo nos bajamos por primera vez un libro digital de la biblioteca pública a su Kindle pasando por Amazon), el acceso libre versus el restringido a la información, además de todos los truquillos para trabajar offline con herramientas de edición y creación de contenidos. Quizá tengo la suerte de que el crío todavía no me ha hecho presión por entrar en Twitter ni Facebook, quizá porque me ve siempre colgada de todo lo online y quiera distinguirse de mí (como cuando le preguntaron en clase en qué eran mejores las mamás de antes que las de ahora y dijo tan pancho “las mamás de antes no se pasaban haciendo fotos con sus móviles de cada cosa que veían por la calle”). Eso sí, el chaval ya está contando los días para tener un móvil (otra decisión difícil, sí, señor).
También quiero decir que en todo esto de dejar a los niños hacer algo hay una cuestión más profunda: el tipo de relación que exista entre los hijos y los padres, o entre los profesores y los alumnos. Los profes que están en redes (como tú, como Fernando, como muchos otros) normalmente son abiertos y colaborativos, y quizá es eso lo que ayuda a que el contacto establecido en la infancia o la preadolescencia se mantenga después. Pero también hay mucho rancio en redes sociales, como bien sabes, cuyo comportamiento puede tener un impacto más negativo en el desarrollo de nuestras actitudes hacia lo online que los típicos y fácilmente distinguibles “peligros” de las redes.
En fin, que yo espero que los padres, aunque no quieran/puedan/sepan ellos mismos desarrollar una identidad digital completa, aprendan por lo menos a diferenciar la paja de la arena y, como hacemos con los libros, las pelis, los juegos, las actividades de nuestros hijos, también mantengamos siempre la ilusión y el deseo de identificar cuáles son los adecuados y cuáles no (o, en su defecto, aprendamos a pedir consejo al respecto), aunque no los hayamos leído/visto/jugado/hecho/disfrutado nunca.
Me debes unos pintxos 🙂
Esperanza
Entiendo la dificultad que planteas, y veo diariamente la falta de comprensión de una gran parte de nuestra generación (que ahora son padres) de lo digital, así es que parece más que evidente la necesidad de plantear nuevas opciones para la formación de los padres en este aspecto. Al final creo que la mejor guía u orientación que podemos dar a nuestros hijos es la de nuestro propio ejemplo. Tener una actitud abierta y colaborativa no se enseña, se vive.
Un abrazo y muchas gracias por tu reflexión.